María,
te escribo para desearte un dulcedumbre tiempo soleado.
Rodeado y esperanzado de estrañas persona que de ti harán una mejor persona de la que ya eres.
Hemos acomulado la esperanza en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito.
Observaremos el cielo y veremos, al igual que las nubes se mueven, lo rápido que pasa el tiempo como hiedras que arrasan el cemento.
Volveremos a vernos, podríamos decir:
un hasta pronto amiga.Benito Pérez Galdós
Se encontraban el señor y la señora Gómez tomándose leve un descanso, pues llevaban desde la primera luz del día hasta ese instante trabajando sin permitirse el gusto de para apenas un instante. Después del eterno pero a la vez acostumbrado y cómodo silencio establecen una conversación.
-Amelia, tu madre debería de admitir que realmente no soy de su agrado. Su intento de disimularlo la hace más delatadora.
-No es que no le agrades ni mucho menos. El pequeño pero a la vez gran problema que tiene es muy simple de solucionar. Al igual que el anterior matrimonio me fue mal, piensa que este me irá igual o incluso peor pero no se da cuenta que aquel hombre que en su día me hizo sufrir más de lo que merecía no es el mismo con el que convivo felizmente casada.
-Entonces mañana a la mañana temprano tendré que ir yo a su casa y decirle que aquel hombre no es el mismo que este, pues este no sería capaz de tocarle ni un pelo a su querida hija.
-Con esas palabras sinceras de seguro ella ya no pensara jamás lo que pensaba y podremos volver a realizar esas comidas familiares que tanto echo en falta.
-Pues entonces asunto zanjado por el día de hoy. Mañana ya se verá que sucede.
-No te preocupes Jacinto. Tal y como te dije no lo pensará más. Ella aunque piense eso sufriría igualmente si te pasase algo grave.
-Entonces ese odio no es tanto como me lo imaginaba.
-No, no lo es.
Amelia y Jacinto después de aquella charla decidieron seguir trabajando hasta que la oscuridad los dejo sin permitir ver más.
Rubén Darío
Éste del cabello nevado,
como el pelaje del armiño,
juntó su candidez de niño
con su pericia de anciano;
cuando se tiene en la mano
una obra de tal varón,
abeja es cada declaración
que, flotando del papel,
deja en los labios la miel
y punza en el corazón.
como el pelaje del armiño,
juntó su candidez de niño
con su pericia de anciano;
cuando se tiene en la mano
una obra de tal varón,
abeja es cada declaración
que, flotando del papel,
deja en los labios la miel
y punza en el corazón.
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